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La bondad de los ciegos

Un poeta está leyendo para los ciegos.
Nunca sospechó que fuera tan difícil.
Se le quiebra la voz.
Le tiemblan las manos.
Siente que aquí la sombra
examina cada frase.
Tendrá que defenderse sola,
sin luces ni colores.
Una aventura peligrosa
para las estrellas en sus poemas,
para el alba, el arco iris, las nubes, luces de neón, la luna,
para el pez que hasta ahora fue plata bajo el agua,
y el halcón tan silenciosamente alto en el cielo.
Sigue leyendo –porque es muy tarde para detenerse—
acerca de un niño de chaqueta amarilla en la pradera verde,
lee de tejados rojos que se ven claramente en el valle,
los números inquietos de las camisas de los jugadores,
y de un extraño desnudo en la puerta entreabierta.
Le gustaría entregarles –aunque no sea posible—
todos aquellos santos del techo de la catedral,
aquella mano que se despide desde la ventana del tren,
el lente del microscopio, el rayo de luz en la alhaja,
pantallas de video, y espejos, y el álbum con rostros.
Sin embargo grande es la bondad de los ciegos,
grande su compasión y generosidad.
Escuchan, sonríen y aplauden.
Uno de ellos hasta se le acerca
sosteniendo un libro patas arriba
y le pide un autógrafo invisible.

Wislawa Szymborska (Bnin, Polonia)
Fuente: Isla Negra

Cualquier lugar de la ciudad

En los últimos años los hombres y las cosas
han envejecido casi un siglo
............................-más que nuestra ciudad-
teniendo que correr a la
altura de las circunstancias
so pena de quedar al margen
................................sí
................................dirán algunos
cada generación for you my son
I write what we were trae y deja lo suyo
.........................sin embargo
.........................qué grupo hubo de ser aquel
.........................si hizo pacto con unos y otros
para dejarse más desnudos que una pena
/y esto es literatura barata/
sin modelo a seguir y ahora al doblar las esquinas
se enteran de las labores que restan por hacerse
...........lástima en verdad que sea bastante tarde ya
...........para que un strip-tease los justifique.

Agustín del Rosario (Panamá)

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos –
esa muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

Cesare Pavese (Italia)
Fuente: http://www.aragonesasi.com/sergio/pavese.htm

El hombre del Ecuador bajo la Torre Eiffel

Te vuelves vegetal  a la orilla del tiempo.
Con tu copa de cielo redondo
y abierta por los túneles del tráfico,
eres la ceiba máxima del Globo.

Suben los ojos pintores
por tu escalera de tijera hasta el azul.

Alargas sobre una tropa de tejados
tu cuello de llama del Perú.
Arropada en los pliegues de los vientos,
con tu peineta de constelaciones
te asomas al circo
de los horizontes.

Mástil de un aventura sobre el tiempo.
Orgullo de quinientos treinta codos.
Pértiga de la tienda que han alzado los hombres
en una esquina de la historia.
Con sus luces gaseosas,
copia la vía láctea tu dibujo en la noche.

Primera letra de un Abecedario cósmico,
apuntada en la dirección del cielo;
esperanza parada en zancos;
glorificación del esqueleto.

Hierro para marcar el rebaño de nubes
o mudo centinela de la edad industrial.
La marea del cielo
mina en silencio tu pilar.
 
Jorge Carrera Andrade (Ecuador)

Soledad

En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las gigantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.
 
Álvaro Mutis (Colombia)

Cuando abrí mi corazón

Cuando abrí mi corazón, había dentro
un dios llagado;
le vi caer por la mejilla izquierda
hasta romper la luz
y estremecer la tierra.

Cuando abrí mi corazón,
estaba un olivar quemándose entre dos rayos.
Percutía el puño de los huecos
y blandía sus brazos el estrago.

Cuando abrí mi corazón,
las fraguas ya no ardían,
pero el duro golpearse de los hierros
arrastraba
estruendos carcelarios y suspiros.

Cuando abrí mi corazón,
el poema vio descarnado el rostro de la guerra,
de sus labios cayeron los adioses,
hubo temblor de noches
y silencioso huir de las estrellas.

Cuando abrí mi corazón, quedaban el duelo,
la carcoma, el polvo
y las últimas palabras sin encuentro;
con ojos en la sombra sumergidos
los insomnes recuerdos
girando en el vacío.

¡Cuando abrí mi corazón,
las lágrimas del mundo habían crecido...!

Alcira Cardona Torrico (Bolivia)

Pasar a hurtadillas

Y, quizás, la mejor victoria
sobre el tiempo y la gravitación...
es pasar sin dejar huella,
pasar sin dejar sombra
sobre los muros...
    Quizás... ¿renunciando
vencer? ¿Dejar de reflejarse en los espejos?
Así: como Lermontov por el Cáucaso
pasar a hurtadillas sin asustar a las rocas.

Quizás... ¿sería mejor diversión
con el dedo de Sebastián Bach
no tocar el eco del órgano?
Desintegrarse, sin dejar cenizas
para una urna...
    Quizás... ¿con engaño
vencer? ¿Escapar de las latitudes?
Así: por el tiempo como un océano
pasar a hurtadillas sin asustar a las aguas...

Marina Tsvietaieva (Rusia, 1892-1941)
Fuente: Isla Negra

El egoísta

Era dueño de sí, dueño de nada.
Como no era de Dios ni de los hombres,
nunca jinete fue de la blancura,
ni nadador ni águila.
Su tierra estéril nunca los frondosos
verdores consintió de una alegría,
ni los negros plumajes angustiosos.
Era dueño de sí, dueño de nada.

Manuel Altolaguirre (España 1905-1959)

El alba

¡El alba! Escucha: el alba.
Canta en mi corazón la alondra eterna.
Y en los nuevos ramajes de la aurora
Están tejiendo con la luz difusa
Los fabriles gusanos de la seda

¡El alba, escucha el alba!
Sobre mi sueño sueñas tan seguro
Que no me atrevo a interpelar al agua
Ni al viento ni a la muerte. Me estremece
El profundo sentido de la vida
Que de ti para mí se expande y crece.

El alba, el alba, el alba sin relojes,
El alba primitiva e inocente
Que abren los graves ángeles veloces,
Y el amor poderoso y desvelado
Como una flor del aire entre las horas
Del día de oro, flor de azahar, venado,
Gajo de agua intemporal, dorado.

Juana de Ibarbourou (Uruguay) 

Las Canciones

Una muchacha canta frente a un balcón su canto.
Una mujer dice en voz alta su amor
con un temblor de púdica y serena doncella.
Un niño repite la canción del gramófono
sin saber su significado y su intención.
Las canciones entonces van rodando
de casa en rosa, de calle en flor,
rodando siempre hasta hacer un universo
que nos recuerdan situaciones que vivimos,
espectros que las pronunciaron un día y en una hora;
amigos que las dijeron sin importarles en absoluto.
Las canciones se cantan sin el más leve asombro
porque emergen de una voz que creemos haber enterrado.

Óscar Acosta (Honduras)

Viajero

Viajero soy. En todas partes moro,
y en ninguna. Mi patria es el recuerdo
de tres o cuatro rostros y unos versos
que alguna voz amada pronunció.
 
Viajero soy. En el confín del mar
está la tierra de mis padres; lejos,
otros mares y otras tierras y otros dioses.
Todo cabe en mi cuaderno de bitácora.
 
Viajero soy. El horizonte espera
la estela de mis naves, las palabras
que mi pecho proclama, las batallas
que los vates cantarán en la mañana.
 
Y más allá de todo
rodeada de mar se alza la etérea
Ítaca, paciente, inamovible,
hermosa al atardecer eternamente aguarda
el retorno de sus hijos nómadas.

De Arenas de Ítaca
Sergio Borao Llop (España)

Flequillos

-XXXIII-

y seguimos en lucha
_________(elección inhumana)
adentro de nosotros
contra nosotros mismos

este enjambre de ser
__________razón
__________y ser sensible
(tan simplemente humanos)

Silsh (Silvia Spinazzola)
-Argentina-

Retornos de un poeta asesinado

Has vuelto a mí más viejo y triste en la dormida
luz de un sueño tranquilo de marzo, polvorientas
de un gris inesperado las sienes, y aquel bronce
de olivo que tu mágica juventud sostenía,
surcado por el signo de los años, lo mismo
que si la vida aquella que en vida no tuviste
la hubieras paso a paso ya vivido en la muerte.

Yo no sé qué has querido decirme en esta noche
con tu desprevenida visita, el fino traje
de alpaca luminosa, como recién cortado,
la corbata amarilla y el sufrido cabello
al aire, igual que entonces
por aquellos jardines de estudiantiles chopos
y calientes adelfas.

Tal vez hayas pensado -quiero explicarme ahora
ya en las claras afueras del sueño- que debías
llegar primero a mí desde esas subterráneas
raíces o escondidos manantiales en donde
desesperadamente penan tus huesos. Dime
confiésame, confiésame
si en el abrazo mudo que me has dado, en el tierno
ademán de ofrecerme una silla, en la simple
manera de sentarte junto a mí, de mirarme,
sonreír y en silencio, sin ninguna palabra,
dime si no has querido significar con eso
que, a pesar de las mínimas batallas que reñimos,
sigues unido a mí más que nunca en la muerte
por las veces que acaso
no lo estuvimos -¡ay, perdóname!- en la vida.

Si no es así, retorna nuevamente en el sueño
de otra noche a decírmelo.

Del libro Retornos de lo vivo lejano
Rafael Alberti

Fuente: Al_Andar

19 de julio de 1914

Envejecimos cien años
aunque esto sucedió sólo en una hora.
Se terminaba ya el corto verano;
humeaban las llanuras labradas.

De repente se abigarró el camino quieto;
voló el llanto como un toque de plata.
Cubriéndome el rostro supliqué a Dios
que me matase antes de la primera batalla.

Desaparecieron las sombras de goces y pasiones
de la memoria, como una carga inútil.
Y una vez vacía, el Señor le ordenó
convertirse en un libro de noticias terribles.

De La bandada blanca
Anna Ajmatova

Rusia, Odessa, 1889-1966

Fuente: Isla negra

La obra y el poeta

El poeta hindú Tulsi Das, compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

Richard Francis Burton (Inglaterra)
De la Antología de la literatura fantástica

El sueño

Murray tuvo un sueño.

La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, "gemelo de la muerte". Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Murray. Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.

Murray aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Murray le bloqueaba el camino con un sobre. La electrocución tendría lugar a las nueve de la noche. Murray sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.

En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó como responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.

Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Carpani, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.

La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:

- Y, señor Murray, ¿cómo se siente? ¿Bien?

- Muy bien, Carpani - dijo Murray serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.

- Así me gusta, señor Murray. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, señor Murray, yo gané el último partido de damas. Quizás volvamos a jugar otra vez.

La estoica broma de Carpani, seguida por una carcajada ensordecedora, más bien alentó a Murray; es verdad que a Carpani le quedaba todavía una semana de vida.

Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres hombres avanzaron hasta la celda de Murray y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, eso era antes- ahora se llamaba el reverendo Francisco Winston, amigo y vecino de sus años de miseria.

- Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel -dijo, al estrechar la mano de Murray.

En la mano izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta.

Murray sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no sabía que decir. Los presos llamaban a este pabellón de veintitrés metros de longitud y nuevo de ancho, Calle del Limbo. El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció a Murray diciendo:

- Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.

Murray bebió profundamente.

- Así me gusta -dijo el guardia-. Un buen calmante y todo saldrá bien.

Salieron al corredor y los siete condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve, y que Murray iría a su silla, a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen. El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña, y a la serpiente. Por eso solo tres saludaron abiertamente a Murray, cuando se alejó por el corredor, entre los guardias: Carpani y Marvin que al intentar una evasión habían matado a un guardia, y Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso levantar las manos. Los otros cuatro guardaban humilde silencio.

Murray se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos veinte hombres, entre empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...

Aquí en medio de una frase, El Sueño quedó interrumpido por la muerte de O. Henry. Sabemos sin embargo el final: Murray, acusado y convicto del asesinato de su esposa, enfrentaba su destino con inexplicable serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica, lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son parte de un sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento, lo electrocutan.

La ejecución interrumpe el sueño de Murray.

El sueño, de O. Henry (William Sidney Porter)

Cuando la vida...

Cuando la vida insiste poco a poco en vencernos
y en nuestra piel desnuda clava sus negras uñas.
 
Cuando la pena encharca la noche interminable
y el tic-tac insufrible va llagando las almas
sin conceder la gracia de un sueño navegable.
 
Cuando los días nacen cubiertos de ceniza
y el húmedo rocío es tan sólo un pretexto
para hundir sus cuchillos en la quietud marchita.
 
Cuando la zarpa horrible del crudo desencanto
implacable se cierra en torno a la garganta.

Cuando todo converge hacia un vórtice ciego
y en el aire viciado sólo quedan palabras
que una voz clandestina pronunció en otro tiempo...
 
Entonces, cuando nada, cuando el otoño apenas;
entonces, cuando nadie, ni siquiera la sombra,
cuando sólo el olvido, cuando ni alba ni lluvia
ni música en el aire ni brisa, ni el reflejo
de un minuto precioso anclado en el recuerdo...
 
Entonces, cuando Nada, a veces hay un pájaro
cantando por nosotros; una flor que dispara
la risa de sus pétalos, una breve fragancia,
un rumor de pisadas, como un salvoconducto.
 
Sergio Borao (España)

Añoranza

Hubo tantas flores en aquélla primavera
que ni un pájaro hizo por volar.
Hoy, se levantan las piedras en los caminos
para maltratar los pies al erguido caminante,
que a pesar del tango que le advierte:
en la vida se cuidan los zapatos andando de rodillas,
sigue erguido.
Y algunos se van para ser recuerdo
o arriero al que un mulo espantado
le llevó la carga,
un canto vendido a precio mayor
y los versos se esconden en una quebrada,
en imagen más triste que la de un bosque ardiente,
a pesar, de que la luz
es aún primaveral
y todavía este árbol, con ramas quebradas,
extiende su sombra en la pradera.

Miguel Crispín Sotomayor (Cuba)
Del libro inédito Fantasmas de Quijote

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda (España)

La noche nuestra interminable

Mis paginitas, ángel de mi guarda, fe
de las niñeras antiquísimas,
no pueden, no hacen peso en la balanza
contra el horror tan denso de este mundo.
Cuántos desastres ya he sobrevivido,
cuántos amigos muertos, cuánto dolor
en las noches profundas de la tortura.

Y yo qué hago y yo qué puedo hacer.
Me duele tanto el sufrimiento de otros,
                         y apenas
intento conjurarlo por un segundo con estas hojitas
que no leerán los aludidos, los muertos ni los pobres
                         ni tampoco
la muchacha martirizada. Cuál Dios
podría mostrarse indiferente
a esta explosión, a esta invasión del infierno.
Y en dónde yace la esperanza, de dónde
va a levantarse el día que sepulte
la noche nuestra interminable doliendo.

José Emilio Pacheco (México)
De la Antología de la poesía hispanoamericana