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La bondad de los ciegos

Un poeta está leyendo para los ciegos.
Nunca sospechó que fuera tan difícil.
Se le quiebra la voz.
Le tiemblan las manos.
Siente que aquí la sombra
examina cada frase.
Tendrá que defenderse sola,
sin luces ni colores.
Una aventura peligrosa
para las estrellas en sus poemas,
para el alba, el arco iris, las nubes, luces de neón, la luna,
para el pez que hasta ahora fue plata bajo el agua,
y el halcón tan silenciosamente alto en el cielo.
Sigue leyendo –porque es muy tarde para detenerse—
acerca de un niño de chaqueta amarilla en la pradera verde,
lee de tejados rojos que se ven claramente en el valle,
los números inquietos de las camisas de los jugadores,
y de un extraño desnudo en la puerta entreabierta.
Le gustaría entregarles –aunque no sea posible—
todos aquellos santos del techo de la catedral,
aquella mano que se despide desde la ventana del tren,
el lente del microscopio, el rayo de luz en la alhaja,
pantallas de video, y espejos, y el álbum con rostros.
Sin embargo grande es la bondad de los ciegos,
grande su compasión y generosidad.
Escuchan, sonríen y aplauden.
Uno de ellos hasta se le acerca
sosteniendo un libro patas arriba
y le pide un autógrafo invisible.

Wislawa Szymborska (Bnin, Polonia)
Fuente: Isla Negra

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